Enamorada de mi amigo

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Hacía tiempo que me venía rondando por la cabeza una misma idea que me quitaba el sueño y no me dejaba vivir tranquila: Jaime, mi amigo de toda la vida, al que conocía desde hacía muchos años, había empezado a gustarme como chico. Me explicaré. Hasta el momento, él siempre había sido uno más de la peña. Era mi colega, mi confidente, al que incluso había hablado de los chicos que me gustaban.

Pero esta vez era diferente. De un tiempo a esta parte, había empezado a mirármelo con otros ojos. Le sentaba de muerte el nuevo corte de pelo que se había hecho y cada día esperaba con más ansia los momentos que compartíamos al salir de clase junto a los demás amigos en el barde la esquina. Sin embargo, si en mí se hacía evidente que estaba coladita por él, y mis amigas así lo notaron, él parecía no haber cambiado un ápice sus sentimientos hacia mí ni haberse dado cuenta de que él me gustaba cantidad.

MI PROPUESTA

Todas las chicas de mi grupo me dijeron que no perdiera más el tiempo y que lo intentara con Jaime. Sin embargo, cada vez que había intentado «tantear el terreno», me había encontrado con comentarios del estilo: «Se está de p… madre solo, ¿verdad Sonia? Tú y yo somos más listos que los demás. Si queremos rollo, vamos a por él, sin ataduras, ni malos rollos de novios». En fin, que aquello me descorazonó del todo y pensé que lo mejor sería tragarme mis sentimientos con patatas y pensar que ya se me pasaría esa atracción espontánea que había nacido hacia mi amigo.

Así, decidí dejar pasar el tiempo, pero a veces, cuando más quieres quitarte algo de la cabeza, más sigue ahí. Lo único que conseguí es que él me preguntara si me había molestado en algo, pues intenté evitarle un poco para no pensar tanto en él. Lo único que conseguí fue que él se preocupara por mí y pensara que me pasaba algo malo. No tuve más remedio que rendirme ala evidencia: estaba coladita por él y tenía que contarle lo que estaba sintiendo. Sin miedos y sin nada que perder. Pensé que éramos muy amigos y eso nunca lo perderíamos, ni siquiera si me atrevía a decirle que me gustaba. Yo misma me auto convencí y pensé que tenía que decírselo ya. Sin tapujos.

Un día le llamé y le dije que iba para su casa, que tenía algo que contarle. Cuando llegué, Jaime me hizo pasar a su habitación, como ya había hecho otras veces. Allí, nada más verme, me preguntó si estaba bien: «Te has puesto roja como un tomate, ¿qué tienes, Sonia?». Tuve que decirle que estaba bien, pero que se sentara a mi lado, pues teníamos que hablar. «Qué miedo me das…», dijo él bromeando. Entonces me dispuse a arrancar el monólogo que me había preparado para decirle exactamente lo que estaba sintiendo.

Enamorada de mi amigo

—Mira, me va a ser un poco difícil hablarte, pero tengo que hacerlo porque si no voy a ponerme mala. No sé si me has notado algo rara estos días… el caso es que en mí se ha despertado un sentimiento que necesito compartir contigo. Voy a ser directa: me gustas mucho, te quiero de forma distinta a como se quiere a un colega. Me gustaría que los dos fuésemos algo más que amigos, quiero ser tu puta de Valencia. Si tú quieres…

Y entonces dejé de hablar de golpe, presa de los nervios, y empecé a respirar profundamente, me faltaba el aire…

La reacción de Jaime fue la más maravillosa que hubiese podido desear. Me abrazó fuertemente, mientras decía: «Mi niña, ven aquí». Me besó en la mejilla y me cobijó en su regazo un buen rato sin dejar de hacerme mimitos. Sin embargo, no respondió a mi propuesta durante mucho tiempo y entre nosotros sólo hubo silencio, un silencio que empezó a tensionarme un poco. Hasta que Jaime, con mucha tranquilidad y algo serio dijo: «Tienes razón, nos queremos, nos gustamos, ¿por qué no ser pareja? Yo siempre he necesitado un empujón para hacer las cosas. Agradezco que hayas sido tú la que haya tomado la iniciativa». Aquellas palabras sonaron un poco frías, pero no así sus gestos. Él acercó su boca a la mía y empezó a besarme en la comisura de los labios, con dulzura, sin parar, hasta que nuestros labios se enredaron finalmente en un beso apasionado y sin fin. Su boca me supo a miel y enseguida los dos nos sentamos en su cama, yo en su regazo, para disfrutar más cómodamente del placer de esos besos. Así, nuestras bocas ser regalaron unos besos cada vez más calientes, en los que nuestras lenguas se enredaron con fuerza y pasión. La calidez de su habitación, el silencio reinante, el calor de nuestros cuerpos y la sed de besos que se despertó entre nosotros hizo que ambos nos excitáramos muchísimo.

«¿Quieres que sigamos?», me preguntó Jaime sin dejar de besarme. «Sí, sí, sí, te deseo, sigue por favor», fueron mis palabras. Entonces los dos, como si hubiésemos preparado el plan, fuimos desnudándonos de manera espontánea y nos quedamos sólo en ropa interior. Jaime acarició toda mi piel sin dejar ningún rincón y se detuvo unos instantes a mirarme con dulzura. «No puedo creer que estemos así los dos. Yo también lo deseaba», dijo. Entonces, él empezó a acariciar mi intimidad buscando mi placer y con suavidad, estimuló mi vulva de tal forma que consiguió hacerme estallar de placer. Mis gemidos de entregada excitación le pusieron a cien y entonces, él se colocó un condón en su sexo erecto, entreabrió mis piernas, se reclinó encima de mí y se perdió en mi intimidad.

Estuvo dentro de mí unos minutos en los que ambos gozamos intensamente de un gran placer. Los dos nos entregamos de forma total a esa tarde de sexo en Valencia. Nos queríamos y esa tarde también descubrimos que nos deseábamos de forma salvaje. Nunca hubiese dicho que la tarde de mi confesión terminaríamos haciendo el amor. ¡Si lo hubiese sabido antes…!

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