Más que amigos en la Biblio

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A Pedro y a mí nos cogió una especie de sensación de agobio tremenda. Los dos estábamos súper estresados por culpa de los exámenes que se nos avecinaban y ambos nos habíamos convertido en unos auténticos plastas que no había quien los sufriera. Nos quejábamos de todo, contestábamos mal a todo el mundo, nos costaba concentrarnos… La verdad es que no había nada ni nadie que nos relajara un poco.

Pedro y yo éramos como hermanos y nos teníamos una confianza total. Nos ayudábamos mutuamente a estudiar y juntos nos divertíamos cantidad. Pero esta vez, nos estaba costando demasiado concentrarnos y cada vez que nos poníamos a estudiar, terminábamos hablando de lo humano y lo divino, y riéndonos por cualquier tontería. Mi amiga Laura siempre me decía que Pedro y yo haríamos muy buena pareja, sin embargo, entre él y yo no había habido nunca nada a pesar de que nos adorábamos.

Los dos nos reuníamos para estudiar en la biblioteca de la facultad de ciencias por las noches y nos quedábamos allí hasta que se hacía de día. De noche nos concentrábamos mejor que durante la tarde, además, había mucha menos gente. La verdad es que nos encantaba la tranquilidad que se respiraba en aquella gran aula.

Pero en la noche anterior a nuestro último examen, los dos estábamos más histéricos de lo normal. Ambos empezamos a decir que no habría forma de que nos lo sacáramos y que no era necesario que estudiásemos, pues estaba claro que catearíamos. Nos pusimos en plan derrotista y, al final, decidimos dejar de hincar codos durante un rato y hacer una pausa para charlar.

Más que amigos en la Biblio

SEXO Y RELAX

Tanto Pedro como yo apoyamos las piernas sobre la mesa y empezamos a hablar de cosas íntimas. «Pues a mí, lo que más me relajó en los exámenes del año pasado fue hacer el amor con mi novia de entonces, una puta de Valencia, ¿te acuerdas de Mari? ¿La que se creía una escort de Valencia?», dijo Pedro. «Pues este año lo tenemos mal, hijo. Tú y yo sin pareja a la vista y a pocas horas del examen mortal», le contesté. «Hombre, esto tiene fácil solución: tú eres chica yo, chico. Los dos estamos súper tensos… ¿porqué no…?». Mientras decía esto, Pedro iba rodeándome con su brazo y mirándome con intención. Aquello me sorprendió, pero no me disgustó. Sin embargo, sonaba muy extraño sólo el simple hecho de que él y yo podíamos besarnos en la boca y es que los dos nos respetábamos mucho y nuestra relación era otro rollo.

En esos momentos, Pedro volvió a insistir. «¿Te molestaría que te besara? La verdades que me apetece muchísimo. Anda, déjate, ¡hazlo por nuestra amistad!». No acerté a decir ni que sí ni que no, sólo dejé que Pedro se acercara a mí y posara sus labios en los míos. Pedro se había afeitado la perilla y su piel era súper suave al tacto al igual que sus labios carnosos y sedosos. En ese beso, él me pasó su chicle y me dijo que le apetecía que yo se lo devolviese. Me sorprendió la naturalidad con la que Pedro había tomado ese beso. A mí aquello me puso algo nerviosa: ¡me había gustado demasiado! Por supuesto acepté devolverle el chicle y, esta vez, los dos unimos nuestras lenguas con gran fuerza en un beso inacabable que despertó nuestra pasión.

En ese instante, Pedro me cogió en brazos y me sentó en su regazo. Sus manos empezaron a acariciar mi silueta sin cese y pronto se perdieron por debajo de mi camiseta, rozando la piel de mi escote. Poco a poco, nuestro pulso se aceleró y nuestras ganas de acariciarnos se dispararon. De repente se nos olvidó que éramos «sólo amigos» y que estábamos estudiando en la biblio, como tantas otras veces. Eran las tres de la madrugada y allí no había ni un alma. Así, decidimos escondernos bajo la gran mesa y tumbarnos abrazados para seguir regalándonos los más tórridos besos y calentándonos de lo más. Pedro puso mi mano en su bragueta abierta y la dejó allí para que acariciara su sexo. «Tócame, acaríciame», susurró él, que a su vez se juntó a mí para perderse con una de sus manos por el interior de mi pantalón. Ambos empezamos a masturbarnos mutuamente en busca del placer. No hablamos, sólo dejamos que nuestros gemidos de gusto inundaran el silencio de aquella sala.

Cuando su sexo endureció y nos brindó una casi total erección, Pedro me pidió que parara. Entonces se colocó un preservativo y se reclinó encima de mí. Los dos nos bajamos los pantalones y entrecruzamos nuestros cuerpos en una sesión de sexo sorprendente. El sexo de Pedro me penetró con fuerza y se movió en mi intimidad con unas ganas locas y una furia desatada. Sus sacudidas en mi sexualidad consiguieron enloquecerme de placer. Aquella noche lo hicimos varias veces, nos compenetramos a la perfección y nos hicimos la misma pregunta: «¿Cómo no lo habíamos hecho antes?».

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