Una aventura intensa

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Perdí mi virginidad con Rubén, alguien al que no conocía, durante las vacaciones del puente de la Constitución, hace ya un año. Hasta conocerlo a él, siempre había pensando que viviría esa experiencia tan trascendental con el chico que más tiempo llevase de relación. Sin embargo, no fue así, pero estoy convencida de que no hubiese sido ni más bonito, ni más intenso, porque junto a él fue perfecto e inolvidable. Sé que cinco días son muy pocos para llegar a una intimidad total con alguien a quien no conoces, pero lo cierto es que muchas veces los acontecimientos se dan de tal manera que, incluso pierdes la noción del tiempo y el espacio. Y esto fue precisamente lo que me pasó con Rubén: cuando nos despedimos, nos lo habíamos dado todo y llegado a la máxima conexión que se puede dar entre un chico y una chica, y tan sólo habían pasado cinco días. Lo nuestro fue tan especial que, a un año vista, la única sensación certera que tengo es que lo nuestro fue un flechazo absoluto. Yo desde Valencia me convertí en su puta. Una putilla sumisa a él. Y el a mi.

El año pasado, por esas fechas, todos los del grupo habíamos decidido pasar el puente en la montaña: Carlos, uno de la peña, había pillado por internet una oferta que incluía la estancia en una cabaña—refugio, la práctica de varios deportes de aventura, así como de esquí alpino y una excursión a caballo a un lago: la oferta no podía ser más completa y del agrado de todos. Así que nos pusimos en marcha hacia nuestro «puente—aventura». Poco podía imaginar que ese fin de semana iba a ser tan decisivo y trascendente para mí.

Una aventura intensa

RUBÉN ERA EL GUÍA

Llegamos al camping y después de instalarnos en la cabaña, fuimos hasta la recepción porque nos habían dicho que teníamos que hablar con nuestro guía para ponernos de acuerdo en el horario y demás detalles… ¿Y sabéis quién era el guía? Rubén. Nada más entrar en el despachito que él ocupaba, nos miramos y sufrimos un «choque» bestial, y aunque, a los pocos segundos, la entrada del resto del grupo nos distrajo y nos hizo disimular, ya durante todo el rato ni Rubén pudo dejar de mirarme ni yo tampoco.

Sería largo relataros cómo se fueron sucediendo los hechos entre nosotros, pero nos seguíamos todo el rato con los ojos y, aunque Rubén debía repartir su atención con el resto del grupo, siempre que la ocasión lo permitía, me llevaba con él, tanto en su piragua, como junto a su caballo, etc. Y estas ocasiones de cercanía daban lugar no sólo a roces sino a cogidas de manos que permanecían unidas más allá del momento preciso. Durante dos días hubo miradas, roces y contactos cuerpo a cuerpo por «exigencias del guión», claro.

Pero la noche del segundo día, cuando llegamos al camping y bajamos del jeep, Rubén se me acercó, aprovechando que los demás se alejaban ya, y me dijo: «¿Porqué no te vienes a cenar conmigo esta noche? Te invito, si tus amigos no se enfadan mucho conmigo…». No podía creerlo que oía, pero era real por más que me costara creerlo, así que acepté su invitación. Fue una cena maravillosa: me llevó a una cervecería muy bonita donde servían jamón, queso y esas cosas tan buenas. Me lo pasé guay, pues era simpático, hablaba y me hizo reír un montón. Pero sólo al final, cuando me dejó delante de mi cabaña, me besó y yo floté por el aire, la sensación fue como si me convirtiera en una especie de cuerpo gaseoso.

No pegué ojo en toda la noche, pues estuve pensando en él. Y aunque parezca mentira, al día siguiente ni estaba echa polvo, ni tenía ojeras, ni nada de eso, más bien todo lo contario: estaba llena de energía y con unas ganas locas de volver a verlo.

Al día siguiente, no pudimos evitar besarnos cada vez que nos quedábamos un momento a solas y no tengo ni qué decir que por la noche desaparecí de nuevo para irme con él. Pero no fue hasta la cuarta noche que él me invitó a ir a su cabaña. Había preparado una cena íntima, con velas, música maravillosa y un ambiente ideal al que no me pude resistir porque ya no podía resistirme a él, pero él tampoco podía resistirse a mí. Lo nuestro era mutuo. Así, cuando acabamos de cenar, me invitó a bailar y mientras bebíamos vino de la misma copa y también de su boca y de la mía, me dijo que me deseaba y que no podía evitar desear hacer el amor conmigo. Yo le dije que a mí también me pasaba lo mismo. Entonces él, con un voz entrecortada por el deseo y casi en un susurro, me dijo al oído: «Hagámoslo porque seguro que será inolvidable…». En ese momento no le dije que era mi primera vez sino justo en el momento en el que, tras ponerse un preservativo, él iba a entrar en mí y, aunque se sorprendió de mi confesión, no se detuvo, sólo me dijo que confiara en él, que todo iría bien.

Me llevó hasta la cama en brazos y cuando me puso sobre ésta vi que estaba llena de pétalos de rosas: me desnudó y jugó con los pétalos por mi cuerpo haciéndome sentir un placer infinito, sobre todo cuando depositó un pétalo sobre mi clítoris y me hizo sentirla delicada caricia que éste ejercía sobre esa zona tan sensible. Fue una experiencia inolvidable: le puse el preservativo con mi boca y luego lamí su sexo por completo y jugué con los pétalos sobre éste. Y ya cuando nuestro deseo era tan intenso como una hoguera de fuego, él se deslizó por el interior de mi vagina, mientas cubría con tiernos besos mi rostro, mis labios y la cuenca cerrada de mis ojos, y rompió mi himen. No sentí un gran dolor, quizás estaba muy excitada, quizás Rubén, al ser más mayor que yo y tener experiencia, supo hacerlo. La prueba más fehaciente de la rotura de mi himen fue la mancha de sangre que quedó sobre la sábana blanca. Fue la noche más larga y hermosa de cuantas he vivido hasta ahora. De vez en cuando nos llamamos y esto me gusta, aunque no haya promesas…

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